lunes, 5 de mayo de 2014

Jan Palach, el mártir de la Primavera de Praga

Era Jan Palach un universitario checo que estudiaba historia y políticas. Como muchos jóvenes de su época, también él quería un futuro en libertad para su país.


 


En enero de 1968 Alexander Dubcek, líder del partido comunista checoslovaco y jefe de gobierno de su país, inició un proceso de reformas liberalizadoras para darle al socialismo otra cara e impulsar lo que se llamó un socialismo de rostro humano.
Este proceso reformista, que respondía al sentir de la gente, fue bautizado como Primavera de Praga. Se aprobó, entre otras medidas, el levantamiento de la censura de prensa. El pueblo checo, en su mayoría, veía con esperanza la nueva senda que se abría.
La Primavera de Praga se iba consolidando como una revolución pacífica, hecha desde las instituciones, que respondía al sentir mayoritario del pueblo. Evidentemente desde Moscú no se veía con especial simpatía lo que estaba pasando.
Unos meses después, en agosto de 1968, los tanques soviéticos y otras tropas del Pacto de Varsovia invadían Checoslovaquia y aplastaban la revolución. En los enfrentamientos se producen cerca de 50 muertos.
A raíz de esta violenta intervención se hizo popular en Checoslovaquia el chiste siguiente: ¿Cómo visitan los rusos a sus amigos? En tanque.
Se inicia entonces un proceso de normalización para devolver al país a la más rigurosa ortodoxia soviética. Dubcek es destituido y relevado por Husak como primer secretario del partido comunista. Los dirigentes del partido y del gobierno son arrestados, llevándose a cabo una depuración entre aquellos considerados liberales. Las reformas efectuadas por Dubcek son abolidas. Los escritores e intelectuales checoslovacos que habían apoyado las reformas son tachados de disidentes y reprimidos con dureza por el régimen comunista. Comienza a publicarse un periódico filosoviético de tintes panfletarios, titulado Zpravy (Noticias), en el que se alude a la invasión como un acto de ayuda fraterna.
 


En enero de 1969 el estudiante Jan Palach, que contaba solo 20 años, se quemó a lo bonzo en Praga, en la plaza de San Wenceslao. A los tres días murió a consecuencia de las quemaduras sufridas. Fue su manera de protestar contra la ocupación, la represión y la política de normalización decretadas desde Moscú. En los meses siguientes otros dos estudiantes harían lo mismo que él, uno en Praga y el otro en Jihlava.
Los funerales de Jan Palach fueron multitudinarios. Se había convertido en un símbolo de la resistencia pasiva del país.
En los años siguientes, los días 21 de agosto (aniversario de la invasión soviética) y 16 de enero (aniversario de su autoinmolación) la tumba de Jan Palach en Praga se llenaba de flores. Estas manifestaciones no eran del agrado de las autoridades comunistas.
Un día de otoño de 1973, a las cuatro de la mañana, agentes de la policía se personaron en el cementerio, desenterraron los restos mortales de Jan Palach, los incineraron en el crematorio y se los dieron a su madre en una urna. Un ejemplo más de la cobardía y de la miseria moral que caracteriza a los regímenes totalitarios.

La directora de cine Agnieszka Holland rodó el año pasado Hořící Keř (Arbusto Ardiente), una película que recuerda la figura de Jan Palach.


   

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