martes, 13 de mayo de 2014

Tartarín de Tarascón

Es Tartarín un héroe atípico, creado por la imaginación del escritor francés Alphonse Daudet y protagonista de las más insospechadas aventuras.
Nacido y residente en Tarascón, una villa del Mediodía francés, a orillas del Ródano, entre Aviñón y Arlés, Tartarín es un hombre de mediana edad, un poco regordete, simpático, un tanto atolondrado, a veces fanfarrón, pero muy querido por sus vecinos, que suelta a menudo expresiones en provenzal. Por su apariencia y por su manera de manejarse representa más al antihéroe que al héroe. Las circunstancias lo empujan a vivir una serie de aventuras plagadas de situaciones a menudo absurdas, que tienen más de antiaventuras que de aventuras heroicas. Las influencias del Quijote en el personaje son más que evidentes.

En la primera de sus novelas, publicada en 1872, Tartarín marcha a Argelia, a cazar leones en la cordillera del Atlas. Pero en Argel la Blanca conoce a Baïa, una joven morita de la que se enamora, y se va vivir con ella a una casita con patio interior en la casbah. Esto le apartará del propósito de su viaje durante varias semanas.
Uno de los personajes, el príncipe montenegrino Gregory, le explica a Tartarín cómo el borriquillo argelino, por pequeño y débil que parezca, lo soporta todo y es capaz de llevar cualquier carga por pesada que sea. Resulta curioso cómo en este punto hace referencia al sistema de organización colonial que los franceses aplicaban en Argelia:
Arriba, dicen, está el señor gobernador con un gran garrote, y que pega al estado mayor; el estado mayor, para vengarse, pega al soldado; el soldado pega al colono, el colono pega al árabe, el árabe pega al negro, el negro pega al judío, el judío, a su vez, pega al borriquillo, y el pobre borriquillo, no teniendo nadie a quien pegar, tiende los lomos y lleva todo.




Tartarín en los Alpes
En esta segunda entrega, publicada en 1888, nos encontramos con que Tartarín se ha convertido en presidente del Club Alpino La Tarasca, un grupo de montaña surgido en su villa.
Esta vez nuestro intrépido viajero, siempre ávido de emociones, se desplaza a Suiza, con el objetivo de practicar el alpinismo en solitario y plantar el estandarte tarasconense más alto que nadie.
Su destino inicial será la pequeña localidad de Vitznau, a orillas del lago de los Cuatro Cantones, y desde ella subirá al monte Rigi, que pese a tener solo 1.800 metros de altura es conocido como la Regina Montium o Reina de las Montañas. Tartarín opta por subir a pie, aunque ya por entonces funcionaba el ferrocarril de cremallera que ascendía hasta su cumbre (se había construido en 1871 y era el primero en su género de Europa). En el inmenso hotel de montaña levantado en la cumbre, a dos pasos de la terminal del ferrocarril, hará Tartarín noche y durante la cena, servida en el comedor, abarrotado de distinguidas personalidades, extrañará el silencio general y se sentirá ignorado.
Tartarín conocerá a un grupo de exiliados rusos, los nihilistas, activistas comprometidos con la liberación del pueblo ruso, que están dispuestos a llevar a cabo cualquier acción o a perpetrar cualquier atentado con tal de derribar al régimen zarista.
Irracionalmente atraído por Sonia, la joven rusa de ojos azules, Tartarín estará a punto de verse involucrado en las actividades revolucionarias y conspirativas de los nihilistas. Le salvará de ello la providencial llegada a Interlaken de tres convecinos venidos expresamente de Tarascón para apoyar a su presidente: el comandante Bravida, el barbudo Excourbaniés y Pascalón, el joven ayudante del boticario, que traía la banderola del club.
El objetivo de Tartarín es ahora ascender la Jungfrau y para ello contrata los servicios de dos afamados guías que viven en Grindelwald. Sus tres amigos provenzales, Bravida, Excourbaniés y Pascalón, acompañarán a su presidente y a los dos guías hasta la entrada al glaciar Guggi, donde Tartarín se calzará sus garfios Kennedy, una especie de zuecos herrados, con tres enormes y fuertes puntas, que se abrochan con correas. Pero las puntas se hundirán tanto en el hielo que Tartarín se queda completamente clavado y no tiene más remedio que soltar sus correas y dejar los garfios ahí en medio de la nada. Tras hacer noche en una cabaña o hütte, en la que coinciden con otros alpinistas, reanudan la ascensión final de madrugada. La progresión será penosa y no exenta de peligros, llegando a caer en una grieta, al romperse un puente de hielo, Tartarín y uno de los guías. Se encordarán para ascender por una estrecha cresta helada, tallando escalones con el pico del alpenstock o bastón de montaña. En la cumbre se desatará la alegría y romperán a cantar entusiasmados mientras hacen ondear la bandera tarasconense.
Cumplido el objetivo, Tartarín y la delegación emprenden el regreso a Tarascón, vía Ginebra, pero... en una escala que hacen de camino en esta última ciudad les llega la noticia de que Costecalde, Vicepresidente del Club Alpino La Tarasca, está a punto de partir de Tarascón para intentar subir al Mont Blanc y eso Tartarín no lo puede permitir, no puede ser que otro paisano le arrebate la gloria. Y decide súbitamente cambiar de planes y dirigirse de inmediato a Chamonix, la aldea saboyana, para adelantarse a Costecalde y ser el primer tarasconense en coronar el Mont Blanc, el rey de los Alpes. La delegación acompaña a Tartarín muy a regañadientes y en el hotel de Chamonix, donde se topan con Bompard, otro tarasconense, que se hace pasar por guía alpino, contratan guías de verdad, mulas y cargadores (porteadores) para la ascensión. A la mañana siguiente parte la expedición y toma un camino mulero hasta el chalé de la Pierre-Pointue, donde la delegación se dará la vuelta, continuando solo Bompard y Tartarín en representación de Tarascón. En el alto de Grand-Mulets pasarán la noche en una cabaña con guarda. Al día siguiente, les esperará el glaciar de los Bossons y el ataque a la cumbre. ¿Alcanzará Tartarín la gloria? ¿Logrará escapar de los peligros que la gran montaña esconde a cada paso?


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