domingo, 26 de octubre de 2014

Hannah Arendt y la banalidad del mal

En un bosque junto al río Hudson, al norte de Nueva York, en realidad un pequeño cementerio que pertenece a la Universidad de Bard, se halla enterrada Hannah Arendt (Hannover, 1906 - Nueva York, 1975).
Nacida en el seno de una familia judía, estudió filosofía en Marburgo, donde tuvo como profesor, entre otros, a Heidegger, con el que mantendría una relación secreta durante años.
Fue Hannah Arendt una pensadora de gran valentía, con reflexiones muy complejas, a la que le tocó, como a tantos, vivir una época convulsa, dos guerras mundiales y el horror de los campos de exterminio. Sus experiencias personales influyeron decisivamente en su discurso filosófico y político, presidido por las ideas de libertad y justicia, y condicionaron completamente su vida, marcada por su lucha contra el totalitarismo y por el exilio.
 
 
 
 
Su lucha contra el totalitarismo
Criticó desde un primer momento la pasividad e incluso el entusiasmo de algunos intelectuales alemanes hacia el régimen nacionalsocialista y defendió, por el contrario, la lucha activa contra él.
En 1933, tras permanecer detenida durante una semana por la Gestapo, abandonó Berlín junto a Günther Stern, por entonces su marido, y se estableció en París, escapando de los nazis como otros muchos intelectuales.
En 1937 el régimen nacionalsocialista le retiró la nacionalidad alemana, convirtiéndose en apátrida hasta que en 1951 pudo adoptar la nacionalidad estadounidense.
En su obra Los orígenes del totalitarismo (1951) considera totalitarismos al nazismo y al estalinismo, y llama a rebelarse contra el ejercicio arbitrario del poder, que despoja a los ciudadanos de su identidad, de sus derechos y de la protección que deberían otorgarles las leyes.


 
 
Una vida marcada por el exilio
Como muchos alemanes de origen judío fue víctima del exilio.
Tras huir de Berlín en 1933, fue dando tumbos por una Europa que paulatinamente se rendía ante el avance nazi.
En 1940 fue deportada y enviada por el régimen de Vichy a un campo de internamiento. Al año siguiente conseguiría escapar, abandonando la Francia ocupada para buscar refugio en los Estados Unidos.
 
El nazismo y la banalidad del mal
En 1961 asistió en Jerusalén, como reportera del periódico The New Yorker, al proceso contra el nazi Adolf Eichmann, un miembro de las SS que colaboró en las deportaciones masivas de judíos a los campos de concentración.
En su Informe sobre la banalidad del mal analizó la personalidad de Eichmann y de muchos como él, ciudadanos normales, que colaboraron con el régimen nazi sin cuestionarse en ningún momento la moralidad de sus actuaciones. Pese a que, según ella, no pretendía hacer filosofía moral, tan solo interpretar unos hechos, algunas de sus conclusiones desataron la polémica.
A su juicio, en el nazismo se produjo una inversión completa del sistema jurídico, de manera que la tortura y los asesinatos en masa se convirtieron en la norma.
Lo que más le sobrecoge del Holocausto es la ausencia de remordimientos en los autores y los motivos aparentemente banales y superficiales con que los agentes del régimen justificaban sus actuaciones, en concreto su obediencia ciega a las órdenes recibidas desde arriba y su escrupuloso cumplimiento del deber. Estaba convencida de que Eichmann no era un fanático. No le impulsaba el odio a los judíos, ni una motivación maligna. Actuó como actuó sencillamente porque así lo exigía el sistema. Y lo mismo pasó con tantos otros que se limitaron a ejercer su papel dentro de la brutal maquinaria nazi. No eran monstruos, ni estaban locos. Eran gente del montón, que no había desarrollado o había perdido su capacidad de pensar y de reflexionar de modo crítico.
Su defensa de la responsabilidad individual frente a la hipócrita culpabilización colectiva le granjeó muchas críticas. Donde todos son culpables, no lo es nadie, sentenció.

 

 
Defensora de la justicia
Quiso también tomar partido por otras causas, mostrando la independencia intelectual que siempre la caracterizó. Se pronunció, por ejemplo, contra la discriminación racial en Estados Unidos y condenó en numerosas ocasiones la Guerra del Vietnam y la política del Pentágono.
 
Postura frente al marxismo
Nunca se vio como una marxista, si bien reconocía en Marx valor y sentido de justicia.
Sin embargo, rechazaba lo que para ella era la mentira del comunismo y defendía que las ideologías no tienen valor si no sirven para crear un Estado que consagre la libertad política y los derechos jurídicos.
La libertad siempre es mucho más importante que el socialismo o el capitalismo, opinaba.
 
Admiración por Rosa Luxemburgo
Escribió también una biografía sobre la revolucionaria judío-alemana, marxista no ortodoxa en muchos aspectos.
Admiraba su lucha por la libertad y su compromiso por una democracia sin límites, lo que le procuró la enemistad de muchos.
 
En 2012 la cineasta alemana Margarethe von Trotta dirigió una película que da un repaso a la vida de Hannah Arendt, a la que encarna la actriz Barbara Sukowa.

 
 
Artículos
El malentendido sobre Hannah Arendt (Artículo publicado en El País en agosto de 2013)

No hay comentarios:

Publicar un comentario