lunes, 1 de septiembre de 2014

Humor bajo el comunismo

En las dictaduras no está bien visto hacer bromas de según qué cosa. Hay que andarse con pies de plomo. Que se lo pregunten al eslovaco Jan Kalina, que durante la Primavera de Praga mandó imprimir el libro 1001 chistes, concebido como un estudio del humor bajo el comunismo.




Cuando el libro salió por fin a la calle, al año siguiente, los carros de combate soviéticos pululaban por las calles de Praga, dando carpetazo al periodo de aperturismo impulsado por Alexander Dubcek. La tirada de 25.000 ejemplares se agotó en apenas dos semanas. Sólo entonces la burocracia prosoviética reaccionó y comenzó a investigar a Kalina, el autor. Llenaron su casa de micrófonos y a través de las escuchas practicadas encontraron indicios para detenerle. Tres años después sería juzgado. El juez le aseguró durante el juicio, en el que fue condenado a dos años de prisión, que la colocación de los micrófonos había sido obra de los servicios secretos occidentales. Sin pestañear, Kalina respondió lo siguiente: Qué chiste más bueno. Es una pena que no esté en mi libro.
En la sentencia se condena a Kalina por publicar un libro satírico que insulta con crudeza al Estado y a la sociedad de la república checoslovaca y a su solidaridad con la Unión Soviética.

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