viernes, 17 de enero de 2014

¡Proletarios del mundo, uníos!

Cualquiera pensaría que el autor de esta revolucionaria consigna sería Karl Marx o quizá Mikhail Bakunin. Pero no. Nada de eso. Su autora fue una mujer, Flora Tristán (1803-1844), militante socialista, que es tenida por una de las fundadoras del feminismo moderno y que para más señas fue abuela del pintor Paul Gauguin, al que no llegó a conocer.
Su famosa consigna, ese llamamiento a la unidad dirigido a todos los trabajadores del mundo, se recoge en su libro Unión Obrera, publicado en 1840, unos años antes de salir a la luz el Manifiesto Comunista.
 
No tuvo Flora Tristán una existencia fácil. Su madre era francesa y su padre un aristócrata y coronel peruano, pero no llegaron nunca a casarse legalmente y el padre tampoco quiso reconocerla nunca como su hija. A partir de la muerte del padre, ella y su familia quedaron en la pobreza, viviendo con grandes estrecheces primero en el campo y luego en uno de los barrios más deprimidos de París.
 
 
Flora Tristán
 
 
Entró a trabajar muy joven en un taller de litografía parisino y terminó por casarse con André Chazal, su patrón, como vía para salir de la penuria. Este matrimonio de conveniencia, pese a dar sus frutos en forma de tres hijos, uno de los cuales moriría a edad temprana, se disolvería por causa de los celos y malos tratos del marido.
Un acuerdo judicial determinó que el marido se quedara con el hijo varón, Ernest, y Flora con la hija, Aline, con la que abandonaría París y marcharía al Perú.
 
De regreso a París, al cabo de los años, esta mujer luchadora y adelantada a su tiempo emprendió una campaña a favor de la emancipación de la mujer y los derechos de los trabajadores, y en contra de la pena de muerte.
Tras conseguir finalmente la separación legal de su marido y la custodia de sus dos hijos, un enfurecido André Chazal intentó asesinarla en 1838, disparándole en la calle y dejándola malherida. El caso adquiriría notoriedad en la prensa y Chazal sería condenado a veinte años de trabajos forzados.
 
En 1840 publicaría, como ya hemos dicho, Unión Obrera, donde abogaría por la sindicación de los obreros y recogería esa apelación a la unidad de la clase trabajadora, en forma de grito, que terminaría por pasar a la posteridad.
 
Flora Tristán solía denominarse a sí misma una paria. Sin complejos, pese a haber sido desheredada por la fortuna y pese a su condición de hija de madre soltera en su infancia, víctima de malos tratos en su matrimonio y posteriormente esposa separada y volcada en el cuidado de su hija Aline. Con dignidad, pese a que un sector de la sociedad de su tiempo tratara de estigmatizarla.
 
En sus últimos años de vida, hasta caer enferma de tifus, Flora Tristán se entregó en cuerpo y alma a su causa, visitando fábricas por toda Francia, reuniéndose con trabajadores y animándoles a sindicarse y organizarse.
 
Esta vida admirable y trágica fue novelada por Mario Vargas Llosa en El paraíso en la otra esquina, publicada en 2003.
 
 
 

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