Alfanhuí, protagonista de la primera novela de Rafael Sánchez Ferlosio, publicada en 1951, es un niño despierto e industrioso, que muestra pronto un gran instinto para obtener colorantes naturales, lo mismo de la herrumbre soltada por la piel de los lagartos reseca al sol que de la sangre del ocaso.
Un buen día marcha a Guadalajara y entra a trabajar como aprendiz en el taller de un disecador. Le dice su maestro que tiene los ojos amarillos como los alcaravanes y es precisamente él quien le pone el nombre de Alfanhuí, que recuerda el sonido emitido por este ave.
Un incendio intencionado destruye la casa y el taller de su maestro escapando Alfanhuí y él de las llamas. Tras tres días caminando por el campo de Guadalajara, el maestro muere en los brazos de Alfanhuí, quien le llora sentidamente.
Vuelve Alfanhuí por poco tiempo a casa de su madre pero enseguida marcha de nuevo a buscarse la vida. Pasa un tiempo en Madrid, en la pensión de doña Tere. Vaga por las montañas que separan las dos Castillas y convive con los pastores. Visita a su abuela, que vive en Moraleja y se saca allí algún dinero llevando a pastar a la dehesa a los bueyes del pueblo. En Palencia entra a trabajar en la herboristería de Diego Marcos y pronto aprende a distinguir unas plantas de otras. Sale al campo en busca de hierbas que luego su amo venderá en la tienda y nunca vuelve de vacío. Su intuición le lleva a reconocer rápidamente el tipo de terreno que pisa y a saber si encontrará o no tal o cual planta.
Pronto tenemos a Alfanhuí vagando nuevamente por campos y caminos. El final del relato acontece un atardecer en el que una bandada de alcaravanes cruza el cielo al grito de al-fan-huí, al-fan-huí, al-fan-huí.
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