Es uno de los nombres que en la mitología vasca se daba a las brujas.
En el euskera actual la palabra que designa a un brujo/-a, adivino/-a o hechicero/-a es sorgin, que etimológicamente quiere decir el o la que hace nacer o propicia el nacimiento de algo, derivándose del verbo sortu, que tiene el sentido de nacer, surgir, brotar o crear. Y es que existía la creencia popular de que las sorguiñas presidían el nacimiento de los niños.
Son personajes nocturnos que suelen vivir en cuevas y que antiguamente se reunían en los akelarres, que Goya representó en sus pinturas negras.
Su poder en el mundo dura entre la medianoche y el primer canto del gallo.
En el pasado el pueblo les atribuía funciones sobrenaturales y se pensaba que eran las sorguiñas las que construyeron los primeros puentes de Euskalerría.
En algunas leyendas aparecen a las órdenes de Mari, desempeñando diversas funciones, como el cobro de diezmos, que arrancan a aquellos que tratan de ocultar sus riquezas mediante la mentira.
Las prácticas mágicas y brujeriles estuvieron durante siglos muy extendidas en el mundo rural vasco, tal como queda reflejado en películas como Akelarre, de Pedro Olea, o la recientemente estrenada Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia.
En los siglos XVI y XVII la Inquisición se propuso erradicar la brujería y llevó a cabo en la montaña navarra varios procesos contra ella, muy sonados en su época. Fueron numerosísimas las denuncias presentadas a los Inquisidores. A los inculpados se les daba la oportunidad de abjurar de sus actos y, si se acogían a ella, se les aplicaba solo un castigo o penitencia; de no hacerlo, eran quemados en la hoguera en los actos públicos llamados autos de fe.
Fuente: Mitología vasca (José Mª de Barandiarán)En algunas leyendas aparecen a las órdenes de Mari, desempeñando diversas funciones, como el cobro de diezmos, que arrancan a aquellos que tratan de ocultar sus riquezas mediante la mentira.
Las prácticas mágicas y brujeriles estuvieron durante siglos muy extendidas en el mundo rural vasco, tal como queda reflejado en películas como Akelarre, de Pedro Olea, o la recientemente estrenada Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia.
En los siglos XVI y XVII la Inquisición se propuso erradicar la brujería y llevó a cabo en la montaña navarra varios procesos contra ella, muy sonados en su época. Fueron numerosísimas las denuncias presentadas a los Inquisidores. A los inculpados se les daba la oportunidad de abjurar de sus actos y, si se acogían a ella, se les aplicaba solo un castigo o penitencia; de no hacerlo, eran quemados en la hoguera en los actos públicos llamados autos de fe.
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